Es bueno, muy productivo, autoevaluarnos y a menudo; porque nos encanta mirar a otros y opinar, decidimos muchas veces que sabemos más que ellos acerca de sus comportamientos, ya nosotros los hemos superado. Pero ¡cuidado! Poco a poco nos vamos envaneciendo, llenando de orgullo, y si hay algo que Dios detesta es eso.
Por ello, te invito a que hagas un hábito, una rutina de autoevaluación diaria. Lo puedes hacer para cerrar tu tiempo de oración con Dios. Hacer una introspección, nos pone alertas de dónde o cómo podemos estar fallando, ya sea con otros o con nosotros mismos.
¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré, ¡mi Salvador y mi Dios! Salmos 42:11
El salmista no entendía por qué se estaba sintiendo sin ánimo, pero no se quedó en el lamento, en la queja. Acudió de inmediato a Dios, alabándolo. Es buena esa solución que nos da para momentos así. Aplícalo. Esa es una autoevaluación y la debemos poner en práctica de manera diaria.
ES BUENO PEDIR A DIOS QUE NOS REVISE TAMBIÉN
Luego de la autoevaluación, si no encontramos las respuestas en nosotros mismos, Dios nos responderá. Por tanto, pasarías de la autoevaluación a pedir a Dios que te analice, que te inspeccione y te diga si hay algo en ti que debes cambiar. Si hay algo que te pueda apartar de Él.
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna. Salmos 139: 23-24
Ninguno se debe querer alejar de Dios; pienso que debe ser para nosotros como quedarnos sin aire para respirar. Necesitamos del Señor para todo: para salir adelante, para tomar decisiones, para subir nuestro ánimo y para vernos realmente cómo somos y no cómo pensamos que somos.
Por tanto, debemos querer ser cada vez más parecidos al ejemplo que Cristo Jesús nos dejó para seguir. El amor mostrado a todo el mundo, el deseo de ayudar, perdonar y ser gentiles. Mientras más tiempo pasemos con Dios, estudiando las Escrituras y orando, conversando con Él, más le conoceremos y podremos acercarnos un poco más a parecernos a Jesús.
No olvidemos jamás que somos creación de Dios, y si se lo permitimos, Él nos seguirá moldeándonos hasta que lleguemos a ser lo que Él se imaginó cuando nos creó. Somos una obra en elaboración y Él no dejará de trabajarnos hasta que seamos Su obra maestra.