Una vez que fuimos rescatados por Dios a través de Cristo, comienza en nuestra nueva vida un proceso de santificación progresiva, que es una consagración, un crecimiento espiritual que terminará el momento que nos encontremos con el Padre.

Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva.
Filipenses 1:6 (NTV)

Este proceso que nos lleva parecernos a Cristo, no quiere decir que debemos ser perfectos, sino que vamos siendo moldeados para los propósitos divinos de Dios.

La santificación es la obra de Dios en nosotros, no es obra nuestra, nadie en su propia fuerza puede hacerse santo así mismo. Por ello es imprescindible depender de Él, de su Palabra y su Espíritu Santo.

El pecado interfiere en nuestra santificación 

Es vital para nuestra santificación estar a cuentas con Dios, porque el pecado afecta la comunión con el Él, y por ende, provoca conflictos en nuestra vida personal.

En cambio, si la comunión con el Padre es profunda y constante, evitará que el pecado se acomode y tome lugar en el corazón. Por consecuencia, nuestro carácter seguirá el proceso de santificación.

No permitas que este proceso se paralice, vale la pena que Dios esté en primer lugar en nuestra vida. Con su ayuda nuestra santificación es un hecho.

Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
1 Tesalonicenses 5:23 (RVR 1960)